domingo, 2 de septiembre de 2012

Frente a la Catedral



Felipe se encontraba en  pleno parque central. Vestía un jeans azul desteñido, una camisa con olor a humedad y unos lindos zapatos que un día compró en la feria del pueblo y  que no le combinaban con nada. 

No dejaba de contemplar tanta gente que entraba y salía de aquella catedral.  Unos entraban tristes y salían felices, otros entraban llorando y salían sonriendo. Unos entraban  solos y otros en pareja. Lo que más le llamaba la atención era que entraran como entraran siempre salían más felices.

Felipe aseguró su lugar en el parque. Acomodó su colorido morral y se sentó en una banca frente a la catedral.

Con inocencia de niño pero seguro como un hombre, aquel parque central lleno de gente no lo intimidaba. Lo hacía sentirse bien y confiado  que allí encontraría lo que tanto buscaba.
Miraba inquietantemente de un lado para otro, sin lograr encontrar una cara amable, bonachona, varonil y bien parecido. 

Conoció a muchos caballeros pero ninguno le pareció que podría ser el indicado. Entabló conversación con  Julián, un gordito canchón pero sin oficio que pudiera  mantenerse a sí mismo. Conoció al Sebastián que parecía buen muchacho pero tenía los zapatos rotos de tanto  uso y eso no le gustó. También  habló con Pablo, amable pero no pareció tener ningún interés en la propuesta de Felipe. 

Ya empezaba anochecer. Felipe había pasado todo el día en estas y no lograba definir al indicado. Le empezaba entrar angustia. Su corazón latía más rápido que de costumbre y sentía un dolor en su garganta que no sabía si tenía ganas de llorar o era la garganta inflamada.
Buscó desesperadamente un teléfono público, urgido por llamar a su madre para contarle lo que estaba pasando y que le aconsejara qué hacer. 

La madre de Felipe al escuchar su historia tan tierna y a la vez tan disparatada soltó una carcajada que la pudo escuchar hasta el segundo en la fila del teléfono público. Antes de terminar la llamada, su madre le dijo –mijo, hoy si me hiciste reír. Mejor regrésate al pueblo que te voy a preparar tu comida favorita -

Desanimado Felipe se puso al hombro su morral y empezó a caminar, pensando que hubiera sido el mejor remedio para su hermana. Pues él la veía cada vez más triste por la partida de su novio.
Él  solo quiso sentarse frente a la catedral para encontrar un buen hombre que pudiera amar a su hermana y alegrar a su madre. Alguien que no un farsante como el coyote de su cuñado, alguien que no se llevará nunca más a nadie de su familia como lo hizo con su padre, el que nunca regresó ni logró pasar la frontera.

Ahora Felipe acude todos los domingos a esa misma banca esperando el milagro de ver salir a su hermana feliz, como todos lo que salen de esa  catedral.


Ani Vettorazzi
Febrero, 2012

foto de stock